
La nueva novela se titula Sánchez, y consigue nuevamente que este Madrid se cambie la camisa por las noches para embutirse en una cazadora de cuero negro, unos vaqueros destrozados, un coche que huele a tabaco y unos personajes que el lector desearía reales. Segunda parte de lo que García Llovet llama Trilogía instantanea de Madrid, contiene una prosa acerada pero también elevada y un sentido exacto del ritmo narrativo.
Nikki, la narradora, aventurera, ex-amante de Sánchez, recorre un Madrid de extrarradio mientras nos va contando un centenar de maneras de ganarse la vida, no todas legales. Cuando encuentra a Sánchez, atractivo, sucio, alto, alucinado y parco en palabras, éste le comenta que necesita un galgo para endosárselo a una italiana. Bertrán, un pijo bañado en dinero, tiene un galgo llamado Cromwell. Hay que buscar a Bertrán.
En este descenso a los infiernos no sé acertar quién encarna al Max Estrella que pregona las verdades y quién es el don Latino de la historia. Quizá sea porque Nikki y Sánchez se intercambian esos papeles durante toda esa noche alucinada. Bertrán acaba apareciendo. Cromwel termina escapando y muriendo, al menos hasta que Sánchez oficia de Jesucristo pasado de rosca y nos ofrece el milagro de la resurección:
Sánchez acercó su cara a la de Cronwell, parecía que iba a decirle algo, pero solo lo estaba mirando muy de cerca. Empezó a acariciarlo entre las orejas, despacio. Hacia atrás. Hacia atrás. Hacia atrás. Se detuvo.
Sánchez le sopló en el morro.
Cromwell apretó los párpados.
Pasó una urraca ladrona. Sánchez volvió a soplar
-Joder-dije
Cromwell abrió los ojos de golpe
Y así, Sánchez hace posible que la noche se convierta por fin en día, que los malos augurios desaparezcan, que el final de la historia merezca a los personajes que la han ido forjando a lo largo de estas pocas páginas y que se cierre con un estallido de poesía en medio del albañal:
En ese momento pasó una estrella fugaz de este a oeste, exactamente por detrás de su cabeza, una estrella fugaz perfecta y fulgurante, un aviso del cosmos que rajó en dos el cielo, una estrella fugaz para recordarnos el marasmo de allí fuera y lo invisible y la verdadera naturaleza de las cosas.
Francisco Linares Valcárcel
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