viernes, noviembre 21, 2008

ESCRIBIR CON LAS TRIPAS

No sé dónde oí, es posible que fuera Bolaño quien lo dijo (al final siempre es Bolaño el que dice estas cosas) que el escritor debe de ejercer su oficio con las tripas, poniendo lo demás detrás y en un orden incierto. Escribir con la verdad que cada uno lleva dentro, metida hasta el tuétano y que se debate en la misma medida por aflorar o quedar pegada al hueso para siempre. La eterna lucha del que escribe es entonces pelear a muerte con esas verdades que nunca debieran airearse pero que, al fin, salen en forma de palabras pegadas a una hoja para desgracia de uno mismo y gloria, incierta, de la literatura.
La verdad nunca es agradable, ni siquiera aquella que reivindicamos para que sea aireada a los cuatro vientos. Cuando uno, después de decirla en alto ante un público que asiente mostrando su acuerdo y sentir que ha dicho aquello que debía decirse, vuelve a su casa con la sensación de que esa verdad que hace unos momentos defendía con pasión ahora se deshace en la boca dejando un sabor amargo que no corresponde con el dulzor que esperaba. La verdad del escritor, cuando escribe con las tripas, ofrece la sensación contraria. Cuando va emergiendo es acre y deja la garganta estragada. Cada palabra se restriega contra el papel resistiéndose a salir, pero cuando las líneas ven la luz comienzan a desperezarse y a disfrutar de la nueva luz que ignoraron mientras estuvieron escondidas en los meandros oscuros de nuestra conciencia.
Alguién, no recuerdo quien, dijo que la verdadera novela es aquella que no se puede escribir, que es lo mismo que no decir nada. La verdadera novela es la que se escribe con aquello que escondemos celosamente de los demás, aquello que no puede ser dicho, que tapamos con capas de conciencia para que quede allá y muera con nosotros. Todo el mundo esconde un secreto. El escritor más de uno. Duerme con ellos y, secretamente, se alimenta de ellos cortando pedazos pequeños de ese pastel oculto para que no puedan ser reconocidos al ser servidos por separado. Después, los críticos se dedican a ensamblar partes de ese pastel que normalmente se les indigesta, porque la receta la tiene el escritor y normalmente se la lleva con él a la tumba.
¿Qué hacer, entonces? Escribir esas verdades desnudas y exponernos al escarnio. Mostrar nuestras miserias. La respuesta es sí. Bolaño lo hizo. Ahí está su obra para comprobarlo. Pero no todos estamos preparados para ello y por eso escribimos cosas como esta: ideas sobre un papel para que alguien las reúna algún día o vivan confundidas con otras miles en el ciberespacio.

jueves, enero 03, 2008

NACEMOS SÚDBITOS

Nacemos súbditos. Desde el momento en que nacemos somos súbditos. Un distintivo de esa condición es el certi­ficado de nacimiento. El estado perfeccionado detenta y protege el monopolio de certificar el nacimiento. O bien te dan el certificado del estado (y lo llevas contigo), con lo que adquieres una identidad que durante el curso de tu vida le permite al estado identificarte y seguir tu rastro (dar conti­go), o bien vives sin identidad y te condenas a vivir fuera del estado como un animal (los animales no tienen docu­mentos de identidad).
No solo no puedes ingresar en el estado sin certificación: para el estado no estás muerto hasta que se certifica tu muerte; y solo puede certificar tu muerte un funcionario que, a su vez, detenta una certificación del estado. El esta­do procede a la certificación de la muerte con extraordina­ria meticulosidad, como lo prueba el envío de un gran nú­mero de científicos forenses y burócratas para inspeccionar y fotografiar y manosear y empujar la montaña de cadáveres humanos que dejó tras de sí el gran tsunami de diciembre de 2004, a fin de establecer sus identidades individuales. No se repara en gastos para asegurar que el censo de súbditos esté completo y sea exacto.
Que el ciudadano viva o muera no es algo que preocu­pe al estado. Lo que le importa al estado y sus registros es saber si el ciudadano está vivo o muerto.

(J.M. Coetzee, Diario de una mal año, Mondadori.)

200 LIBROS

Leer doscientos libros, o releerlos, o recordar aquellos que se leyeron en su día y leer aquellos que dijimos leer y no fueron leídos. Sólo esos, los que nos traen momentos dulces o amargos, aquellos que evoquen un aroma o una desdicha, sólo los que hayan alimentado nuestras almas, los que nos elevaron o nos hundieron.
Hacer una lista, establecer un cánon. Pero ¿qué cánon?, el anglosajón, Bloom a la cabeza de los dioses que hacen listas, el entrañable e inocente de mi profesor Pozuelo Yvancos, el borgiano...
Sólo leer doscientos libros, de manera cíclica, y escribir cuatro páginas después de cada lectura, páginas escritas con las tripas, con la pasión de lo leído.
Sólo releer.
Y empezar con Conrad, ya que estamos en el año mediático. Y empezar con Lord Jim, príncipe blanco de los íntegros y de los malditos.
 
Francisco Linares

miércoles, enero 02, 2008

EL OMBLIGO DE PIGLIA

Piglia se mira el ombligo. Realmente empezó a mirárselo el día que nació, pero en privado y sólo en los últimos años lo hace en público.
Pliglia tiene una fijación: Borges. Realmente Piglia tiene dos fijaciones: Borges y Piglia.
Pliglia quisiera ser Borges, pero no puede asi que ha decidido ser él mismo y suprimir a Borges. Ya se sabe: hay que matar al padre para poder vivir.
Piglia es una mala imagen de Borges y no miente tan bien como Aira, que es un consumado maestro del engaño literario.

Francisco Linares

martes, enero 01, 2008

NADIE SUFRE MÁS QUE AHAB

Para mí que Moby Dick no es sólo un libro, es el itinerario que el viejo Melville dejó escrito para alivio de las almas torturadas. Cada vez que navego entre sus páginas, remo a fondo para salir a la superficie de la amargura de Ahab y cuando noto el aire en mi rostro respiro aliviado: sé que el tullido capitán siempre sufrirá más que yo. Cada vez que vuelva a él, ahí estará, lleno de amargura recordándome que mis males son minucias comparados con su sed de venganza que no cesa nunca.

Francisco Linares

Libros entre la niebla

Este simio se pregunta si merece la pena leer en estos tiempos oscuros. Dejarse llevar por las páginas en el silencio de una habitación, apenas el ruido de la calle filtrándose por las ventanas, una luz alumbrando el texto.

Cómo hacer que los pequeños monitos se den a la lectura cuando estamos ante un campo de pantallas, frente a una red de redes, en un mundo digital. ¿Cómo podrán adivinar la deseperación de Emma Bovary? ¿Sabrán quién es Ismael, el único superviviente del Pequod? ¿Subirán con Hans Castorp a su Montaña mágica?

Me temo que los tiempos son difíciles para todos, pero siempre se puede leer Como una novela de Daniel Pennac y respirar un poco entre la niebla.

Paco Linares

Tierra de mujeres

Impone ver un árbol así agonizando, muriéndose, comenzando a desaparecer. Porque aunque el árbol se resquebraje, se vuelva de color g...