jueves, enero 03, 2008

NACEMOS SÚDBITOS

Nacemos súbditos. Desde el momento en que nacemos somos súbditos. Un distintivo de esa condición es el certi­ficado de nacimiento. El estado perfeccionado detenta y protege el monopolio de certificar el nacimiento. O bien te dan el certificado del estado (y lo llevas contigo), con lo que adquieres una identidad que durante el curso de tu vida le permite al estado identificarte y seguir tu rastro (dar conti­go), o bien vives sin identidad y te condenas a vivir fuera del estado como un animal (los animales no tienen docu­mentos de identidad).
No solo no puedes ingresar en el estado sin certificación: para el estado no estás muerto hasta que se certifica tu muerte; y solo puede certificar tu muerte un funcionario que, a su vez, detenta una certificación del estado. El esta­do procede a la certificación de la muerte con extraordina­ria meticulosidad, como lo prueba el envío de un gran nú­mero de científicos forenses y burócratas para inspeccionar y fotografiar y manosear y empujar la montaña de cadáveres humanos que dejó tras de sí el gran tsunami de diciembre de 2004, a fin de establecer sus identidades individuales. No se repara en gastos para asegurar que el censo de súbditos esté completo y sea exacto.
Que el ciudadano viva o muera no es algo que preocu­pe al estado. Lo que le importa al estado y sus registros es saber si el ciudadano está vivo o muerto.

(J.M. Coetzee, Diario de una mal año, Mondadori.)

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