lunes, febrero 11, 2019

"Sánchez", de Esther García Llovet (Anagrama, 2019)

Desde que terminé de leer Cómo dejar de escribir, esperaba con avidez la siguiente novela de Esther García Llovet. La autora redibuja el mapa de un Madrid sumergido en la misma tinta que aquellas novelas de la movida, pero que sabe hacer suyo, poliédrico, desgastado y, sobre todo, negro.
La nueva novela se titula Sánchez, y consigue nuevamente que este Madrid se cambie la camisa por las noches para embutirse en una cazadora de cuero negro, unos vaqueros destrozados, un coche que huele a tabaco y unos personajes que el lector desearía reales. Segunda parte de lo que García Llovet llama Trilogía instantanea de Madrid, contiene una prosa acerada pero también elevada y un sentido exacto del ritmo narrativo.
Nikki, la narradora, aventurera, ex-amante de Sánchez, recorre un Madrid de extrarradio mientras nos va contando un centenar de maneras de ganarse la vida, no todas legales. Cuando encuentra a Sánchez, atractivo, sucio, alto, alucinado y parco en palabras, éste le comenta que necesita un galgo para endosárselo a una italiana. Bertrán, un pijo bañado en dinero, tiene un galgo llamado Cromwell. Hay que buscar a Bertrán.
En este descenso a los infiernos no sé acertar quién encarna al Max Estrella que pregona las verdades y quién es el don Latino de la historia. Quizá sea porque Nikki y Sánchez se intercambian esos papeles durante toda esa noche alucinada. Bertrán acaba apareciendo. Cromwel termina escapando y muriendo, al menos hasta que Sánchez oficia de Jesucristo pasado de rosca y nos ofrece el milagro de la resurección:

Sánchez acercó su cara a la de Cronwell, parecía que iba a decirle algo, pero solo lo estaba mirando muy de cerca. Empezó a acariciarlo entre las orejas, despacio. Hacia atrás. Hacia atrás. Hacia atrás. Se detuvo.
Sánchez le sopló en el morro.
Cromwell apretó los párpados.
Pasó una urraca ladrona. Sánchez volvió a soplar
-Joder-dije
Cromwell abrió los ojos de golpe

Y así, Sánchez hace posible que la noche se convierta por fin en día, que los malos augurios desaparezcan, que el final de la historia merezca a los personajes que la han ido forjando a lo largo de estas pocas páginas y que se cierre con un estallido de poesía en medio del albañal:

En ese momento pasó una estrella fugaz de este a oeste, exactamente por detrás de su cabeza, una estrella fugaz perfecta y fulgurante, un aviso del cosmos que rajó en dos el cielo, una estrella fugaz para recordarnos el marasmo de allí fuera y lo invisible y la verdadera naturaleza de las cosas.

Francisco Linares Valcárcel

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